4 jul 2012

Capitulo 1: “De mi infancia a mi juventud” (Parte 1)



“Algo que me ha enseñado la vida es a luchar por lo que quieres, a no darte jamás por vencido, hablo por mi experiencia propia, así, acabé logrando todo aquello que me propuse”


Todo empezó aquel día… Era una noche oscura, un 29 de noviembre de 1992, nadie diría que ese día nacería aquel que está escribiendo esto ahora, aquel maestro de escuela que cautivó el corazón de muchos niños, aquel artista que cumplió un sueño y que transmitió su saber y su talento a muchos…

Desde mi nacimiento comenzaría a labrarse un destino nuevo, un futuro, MI FUTURO. 

Hola, me llamo Luis Manuel Soto, nací en una familia humilde, mi padre, Manuel, era camionero, y mi madre, Luisa, una costurera, que se dedicó toda su vida a esa labor, y cuando se casó y nacieron mis hermanas la dejó apartada para dedicarse de pleno a su familia. Parecía que todo estaba ya dicho, era una familia de cuatro miembros hasta que un día llegó la noticia de que llegaría al mundo un nuevo inquilino, noticia que supuso una gran alegría para todos. Desde que nací viví rodeado de caprichos, lo poco que teníamos siempre era para mí, en su mayoría, porque claro, como decía mi madre, yo era la vejez de la familia. 

Vivía en un barrio pobre, rodeado de gente sin estudios, que llevaban una mala vida, y como es lógico, el temor de todos los padres es que sus hijos caigan en dicha vida. Por suerte siempre he sido capaz de seleccionar mis amistades, de saber qué es lo que me conviene y lo que no, de saber cuál es el mejor camino para mí.

A medida que los años pasaban, iba creciendo. Fui un niño normal y corriente, que poco a poco, con la edad, iría descubriendo y desarrollando sus talentos, sus capacidades. 

Mis primeros cumpleaños los tengo un poco borrosos, pero sé que siempre estábamos en familia. Comida a tutiplén, tarta, regalos, esos días, como todos los niños, era el más feliz. Desde que aprendí a andar a eso del año y medio o los dos años, pasaba más tiempo en el suelo que de pie, porque no paraba quieto y me caía muchas veces, como prueba de ello algunas de las cicatrices que todavía perduran.

Desde bien chico se me inculcaron una serie de valores, me planificaron el futuro, futuro que seguí en parte. Cuando me preguntaban que qué quería ser de mayor, yo siempre contestaba, que me encantaría ser un cantante famoso, ¿por qué? Porque me encanta cantar. Sin embargo tenía una vocación oculta que poco a poco fue saliendo, y era la de ser profesor de escuela.

Empecé estudiando en un colegio pequeño (el Leopoldo Pastor Sito), en un barrio sencillo, con un nivel aparentemente bajo, pero que logró sacar lo mejor de mí y hacer que hoy pueda estar escribiendo esto con la cabeza bien alta. Ya en primaria se notaba que tenía dotes para estudiar y sobre todo para dedicarme a la enseñanza, siempre procuraba hacerlo todo bien y ayudar en la medida de lo posible a que mis compañeros pudieran aprenderse la lección con facilidad, de tal manera que por las tardes iba a casa de algunos de ellos para ayudarles con los deberes. Poco a poco fui consiguiendo pasar de cursos, con buenos resultados (tenía que aprovechar mi pasión por los estudios al máximo).

Algo que me quedaría bien marcado, y lo cual aún con mi situación no he olvidado fue la terrible riada que pasó aquella noche del 5 al 6 de noviembre de 1997. Una situación terrible que no desearía ni a mi peor enemigo. En ella perdí a familiares queridos, con ella me di cuenta que en tan solo cuestión de segundos puedes pasar de estar vivo a no ver nunca más la vida. Ese momento es una mancha negra que tengo en mis recuerdos y que no se borrará jamás. Tras esa riada, derrumbaron mi barrio y tuvimos que trasladarnos al actual (Cerro de Reyes), en el que pasé gran parte de mi vida; una barriada que construyeron especialmente “para nosotros” y que nos correspondía por ser afectados por aquella catástrofe. Este barrio es muy similar al antiguo, gente muy parecida, con los mismos vicios, la misma delincuencia, en fin, ya se puede imaginar cómo es el barrio. Tardé en mudarme año y medio o así, lo que se tardó en construir, pero no tuve que cambiar ni de colegio ni nada, porque me seguía correspondiendo el mismo.

La época de primaria fue pasando, primero, segundo, tercero... y así hasta sexto, una cadena de estudios en la que estaba rodeado de mis profesores y amigos, años muy felices en los que recuerdo millones de aventuras, desde la creación de fuertes secretos, hasta los descubrimientos de misterios hallados en nuestro centro, a veces castillo sagrado, otras cueva del miedo y la intriga. Teníamos un juego mítico, al que siempre le hemos sido fiel, el famoso “No retroceder”, horas y horas pasábamos jugando a dicho juego, en cada recreo, todos los días… ¡Qué tiempos tan felices!

Dentro de nuestras aventuras, en la que éramos reconocidos exploradores, vivíamos apasionadas andanzas en las que lográbamos acabar con los malos y rescatar a nuestras princesas.
Pronto todo esto vivido se iría acabando, dado que fui creciendo, fui madurando. Ya en secundaria comenzó a cambiar mi actitud, mi forma de ser. Era un adolescente y como tal iba cambiando progresivamente. En el instituto me separé de todos mis compañeros antiguos, a algunos les fui perdiendo por el camino, mudanzas, repeticiones… y en el instituto me dejaron solo. Comenzó una nueva etapa, una aventura que era la de abrir mi círculo de amistades, conocer gente nueva, volver a tener mi propio grupo con el que identificarme y ser feliz.

Todo me parecía un mundo. Como bien dije anteriormente mi colegio no tenía un nivel muy alto con lo que pensé que me costaría adaptarme a las enseñanzas superiores del nuevo centro, sin embargo no fue así. Después de unos meses de flojera, volví a resurgir de mis cenizas, volvió el Luisma que siempre fui, el apasionado de los estudios y el que quería ser alguien en la vida. Pero no todo era estudiar, a medida que crecía y me hacía mayor, mayor era también mi pasión por la música. Ahora el cantar era un continuo, era necesario para vivir, cuando necesitaba desahogarme escribía canciones, una para cada sentimiento, una con cada experiencia vivida, así hasta que tuve un gran repertorio compuesto por mí. Tal era mi pasión que decidí abrirme al mundo, dar a conocer mi talento oculto, y mi sorpresa fue que logré llamar la atención de algunos. Mis primeros pinitos fueron actuando en mi clase en los descansos, en los recreos. Comenzaba a cantar (por petición popular) canciones de sus ídolos o mis propias canciones.

Todo esto fue a mas, a tanto que ya daba pequeños conciertos en mi barrio. Lo que pasó a ser un sueño inalcanzable, una afición, un hobbie, se estaba haciendo realidad, estaba cumpliendo mi propósito, ser escuchado, transmitir mi talento, mis emociones, cantando.

Se puede decir que mi adolescencia/juventud fue la época en la que más sueños cumplí, no sé si la más feliz de todas, porque a lo largo de mi vida he tenido numerosos momentos que podría calificar como los mejores momentos de mi vida, pero si una de las mejores etapas. Pasé de cantarles a mis amigos, de cantar en un barrio a cantar en bodas, todo con un nivel inicial, del que jamás pensé que pasaría puesto que yo nunca creí que me sucedería lo que más adelante narraré.

Volviendo al tema de los estudios, superar la ESO no fue algo que me resultara difícil. Notas tras notas estaban siendo enmarcadas y colgadas en la pared de mi cuarto, un orgullo para mi familia, algo que ha de ser siempre recordado. Está mal que yo lo diga, pero sí… fui un alumno ejemplar para mis profesores, o al menos eso le comunicaban a mis padres en las reuniones finales del curso.

Yo nunca he pensado en dejar mis estudios para dedicarme a la música, pero claro está que las oportunidades en la vida no han de ser desaprovechadas, y así lo hice. Con tan solo 15 años grabé mi primera maqueta musical. Una maqueta, sí señor, un autentico CD, fruto de mi esfuerzo y claro está pagado con mi propio dinero (conseguido en su mayoría por becas), porque como he dicho yo siempre, quien algo quiere… algo le cuesta. Esa maqueta estaba dedicada para todas aquellas personas que siempre han confiado en mí, que me han seguido y me han apoyado, respetando siempre mis decisiones, equívocas o no, pero que siempre me han servido para aprender algo nuevo.

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